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A lo largo del tiempo se fueron construyendo distintas maneras de pensar, abordar y nombrar la discapacidad que se categorizan en cuatro paradigmas:
Paradigma de exclusión.
Se ubica a las personas con discapacidad (pcd) en un lugar de rechazo, dependencia, sometimiento y ocultamiento. Éstas no eran consideradas parte de la sociedad en tanto se creía que eran incapaces de cumplir con los roles y funciones necesarios. Es decir, las personas con discapacidad eran consideradas “errores de la naturaleza”, “anormales”, “desviadas” por lo que debían ser eliminadas. La idea de normalidad implica siempre la falsa noción de que hay un modo “normal” de ser, hacer, sentir y pensar.
Paradigma de la segregación.
Las personas con discapacidad debían ser segregadas del resto de la sociedad en un espacio preparado especialmente para ellas. Parte de los mitos que sostenían esta segregación estaban vinculados con ciertos desconocimientos respecto a la realidad del sujeto, prejuicios ligados a distintas patologías y fantasías de contagio y “castigo” basadas en creencias culturales.
Paradigma médico-rehabilitador.
Vincula el origen de la discapacidad a un déficit o a un diagnóstico médico. Se pasó de la idea de rechazo y marginación a la idea de enfermedad-rehabilitación, de curar y “normalizar” cuerpos y mentes “desviados” de la “normalidad”. Se buscaba señalar el “problema” del otro, desestimando la voz de la misma persona con discapacidad, quien no podía decidir sobre su cuerpo. El objetivo era que la persona con discapacidad se integrara a la sociedad con un cuerpo normalizado y rehabilitado.
Paradigma de inclusión.
Originado en el Movimiento de Vida Independiente de Estados Unidos en los años 70, llevado adelante por las mismas personas con discapacidad, surge este paradigma que implica cambiar el eje desde donde se entiende la discapacidad. Se pasa de pensar en una situación previamente entendida como un “problema” de un sujeto que no se adapta a su medio, que no es “normal”, que habría que “curar”; a pensar en la discapacidad como una problemática compleja que implica que todos estamos involucrados. Ya no pensamos en términos de una “normalidad a alcanzar” para ser aceptados e incluidos, sino en la diversidad como parte de la condición humana y, por lo tanto, en la necesidad de crear un mundo accesible para todos.
Desde este paradigma, nos referimos al otro como “persona con discapacidad”. Este término, que antepone la palabra “persona” a la de “discapacidad”, alude a esta condición como una entre otras, haciendo hincapié en el hecho de que el otro es, ante todo, persona, sujeto de derechos y obligaciones. La discapacidad se entiende aquí, en base al artículo 1 de la Convención Internacional sobre los Derechos de las personas con discapacidad, como el resultado de la interacción del sujeto, con sus posibles limitaciones, y las barreras del entorno que impiden su participación plena y efectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones que los demás. Éste es el modo de entender la discapacidad desde un enfoque de INCLUSIÓN.
Reflexión Final.
Personalmente asumo mi identidad como persona con discapacidad, desde el modelo de la vida independiente. Y aunque en este siglo todavía existen miradas médicas hegemónicas que intentan institucionalizarnos y segregarnos, que nos tildan de anormales, tengo la esperanza de que desde nuestro activismo, la visibilización y la militancia vamos de a poco a cambiar esto.
¡Nada sobre nosotros sin nosotros! Vida independiente y autonomía para todas las Personas con Discapacidad.